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Security



El efecto Robin Hood (robar a los ricos para dárselo a los pobres) siempre ha despertado sus simpatías. Con los hackers pasa lo mismo. Nadie duda que lo que hacen tiene tintes criminales, pero si consiguen información sensible sobre las malas artes de los gobiernos y son capaces de publicarla para denunciar sus excesos, no importa la manera en la que esa información ha sido obtenida. Es el caso de los llamados tres mosqueteros: Bradley Manning, el soldado que filtró miles de documentos de la guerra sucia de Estados Unidos a Wikileaks y que ahora se sienta en el banquillo de los acusados; 



Hervé Falciani, el hombre que quiso vender los secretos bancarios de defraudadores millonarios que guardan su dinero en Suiza y que está protegido las 24 horas del día. O Edward Snowden, que ha difundido los métodos de EEUU para pinchar nuestras comunicaciones en Internet y está escondido en Hong Kong. Pero no siempre el hacking es una mala práctica. En el best seller Los hombres que no amaban a las mujeres, la protagonista –una habilidosa del espionaje en la red– es la heroína de la trama. También para Evan Roth, uno de los talentos emergentes de 2013, la piratería informática es una filosofía con una vertiente más positiva que negativa. 

Este joven norteamericano de 34 años afincado en París prefiere ver el vaso medio lleno. Provocador y crítico, cree que es una herramienta para que el ciudadano adquiera poder. En torno a esta idea ha cimentado su obra: una especie de hacking artístico o social que expone en la Red. Otra forma de arte Hay creadores clásicos, los de cuadro de museo; los alternativos que se abren a las galerías o espacios efímeros, y luego están los que, como Roth, se exhiben de manera virtual. Vuelcan su obra allí donde es más accesible. Este creador es una especie de gurú de la tecnología. Defiende que los artistas más modestos pueden acercar su obra al gran público gracias a Internet. 

La obra del artista de Michigan reivindica otra forma de consumir el arte. Antes se lucía en museos, lo admiraban los entendidos y lo compraban los ricos mecenas. Ahora no se expone entre paredes sino en pantalla, lo admiran los amateurs o aficionados y lo adquieren amantes del arte de clase media. El arte se abre al universo online. En este campo Roth es un pionero, uno de los creadores emergentes más atrevidos. Aplica la filosofía de los hackers –apasionados por la seguridad informática y por el uso de la red- a una práctica artística que plasma la realidad en el espacio público y en la Red. Roth se alinea con los que creen que el hacker es aquel que defiende el software libre y que los que rompen los sistemas de seguridad son "crackers". 

"Me interesan las nuevas tecnologías y su aplicación activa. El mundo del arte se dirige a la aplicación de las nuevas herramientas porque éstas pueden multiplicar sus posibilidades", dijo tras su paso por la feria de Arte Contemporáneo ARCOMadrid el pasado mes de febrero. El arte de Soth es canalla. Porque defiende una filosofía hasta ahora condenada, y porque interroga a su interlocutor. Realiza performances en espacios públicos en las que hace partícipe al transeúnte de la broma. Su mantra: resolver un problema con el menor número posible de pasos. 

Carga crítica Su obra tiene una carga crítica. En una de sus performances, por ejemplo, denuncia los códigos de seguridad en los aeropuertos. Muchos le tachan de outsider. Una de sus creaciones más aclamadas es Solitaire.exe. El artista creó una versión alternativa del juego de El Solitario y creó una baraja artística. Solitaire fue "el fiel compañero del trabajador aburrido", ha declarado el ganador del premio estadounidense de diseño. En esta ocasión el hacker artístico contó con el permiso de Microsoft para perpetrar su hazaña y vender la baraja en su tienda online. 

Para los que aún duden del uso positivo de la cultura hacker (bien definido el término) su defensor ha expuesto en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en el Centro Pompidou de París y en la Tate Modern de Londres. Ha sido también el último invitado de la feria Arco de Madrid. Además, ha creado el Graffiti Research Lab, un laboratorio para la creación de herramientas destinadas a los artistas de la calle y a los grafiteros pues, según Evan, estos son los verdaderos hackers urbanos. 

Después de todo, ¿qué es, por ejemplo, el graffiti? ¿Quién es Bansky si no un hacker que transgrede las leyes que impiden pintar en los muros de las calles? ¿El que su obra se pague con precios millonarios lo convierte en arte oficial o sigue siendo underground? ¿La transgresión es arte? ¿Debe el arte saltarse las reglas? ¿Entonces Wikileaks es arte? Lea el reportaje completo en Orbyt.



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